¿Para qué educar a mis hijos?

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Psicólogos Veracruz, Ver.
La bitácora del psicólogo | Terapeuta y Psicólogo HUGO HERCI | Especialista en problemas de aprendizaje y conducta | Creador del método educativo AIDHA (Aprendizaje Indispensable para el Desarrollo de Habilidades

Existen muchas razones por las cuales las personas deseamos educar a nuestros hijos. Si le preguntamos a un padre de familia, «¿Para qué mandas a tu hijo a la escuela?» o «¿Para qué lo estás educando?». Encontraremos respuestas tales como:

  1. Para cuando sea grande tenga una buena ocupación.
  2. Para que sean alguien en la vida.
  3. Para que aprenda a valerse por sí mismo.
  4. Para que sea alguien importante (Licenciado, Ingeniero = prestigio).
  5. Para que aprenda, ¿qué significa todo eso?

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Ahora, bien, si preguntamos a dos niños, podemos obtener las siguientes respuestas:


Niño A

Niño B

¿Por qué vas a la escuela?

Porque me llevan mis papás para aprender.

No sé.

¿Podrás aprender en otro lugar?

No.

Sí, en la casa, en la calle con mis amigos, en un libro, en la biblioteca.

¿Qué quieres aprender?

Letras, números, dibujar, colorear.

Mecánica. Me gusta arreglar carros y checarlos.

¿Aprendes eso en la escuela?

Sí.

No.

Si no hubiera escuela, ¿qué harías?

Estaría aburrido.

Buscaría hacer cosas que me gustan, como mecánica. Puedo checar en un libro, en un taller.

¿Qué es lo que más te gusta de la escuela?

El recreo.

El recreo.

¿Por qué?

Porque puedo jugar con mis amigos, comer mi lonche y platicar.

Porque puedo jugar con mis amigos, comer mi lonche y platicar.

¿Qué es lo que menos te gusta de la escuela?

Las clases de matemáticas.

Que no me enseñan lo que me gusta.

Lo anterior nos muestra una comparación entre un niño que no sabe ni entiende lo que hace, es dependiente de un sistema y estaría perdido sin él y otro niño que tiene un interés definido y es capaz de encontrar sus propios medios de aprendizaje. Sin embargo, ambos casos coinciden en no disfrutar de la escuela, a excepción del recreo, donde gozan de «libertad» para compartir sus intereses con otros niños.

Lo sorprendente de esto es que si hacemos las mismas preguntas a un joven estudiante de la preparatoria o la universidad, la mayoría respondería como el niño A.

¡Le invitamos para que usted haga la prueba con sus propios hijos!

«El fin supremo de la educación, la moralidad.»

(Heibait, J.F. Pedagogía General.)

  1. ¿Educamos a nuestros hijos para la universidad o para el mundo
  2. ¿Educamos a nuestro hijo para él mismo o para los demás?
  3. ¿Lo educamos para que sea un buen hombre o un buen ciudadano?
  4. Hay que optar hacer uno u otro, porque no se pueden hacer ambos al mismo tiempo.

El hombre natural es todo para sí; él es la unidad numérica, el entero absoluto, que solo tiene relación consigo mismo o con su semejante. El hombre civil no es más que una unidad fraccionaria que depende del denominado, y cuyo valor está relacionado con el entero, que es el cuerpo social. Las buenas instituciones sociales son aquellas que mejor saben desnaturalizar al hombre, quitarle su existencia absoluta para darle una relativa.

He aquí un pequeño relato al respecto . . .

«Una mujer de Esparta tenía cinco hijos en el ejército y esperaba noticias de la batalla. Llega un esclavo; le pregunta sobre ella temblando: Vuestros cinco hijos han muerto. Vil esclavo, ¿te he preguntado eso? ¡Hemos obtenido la victoria! La madre corre al templo y da gracias a los dioses. He ahí a la ciudadana.

Aquel que en el orden civil quiere conservar la primacía de los sentimientos de la naturaleza, no sabe lo que quiere. Siempre en contradicciones consigo mismo, siempre flotando entre sus inclinaciones y sus deberes, nunca será ni hombre ni ciudadano; no será bueno ni para sí ni para los demás».

Para ser algo, para ser uno mismo y siempre uno, hay que obrar como se habla; siempre hay que estar resuelto sobre el partido que se debe tomar, tomarlo abiertamente y seguirlo siempre. Espero a que se muestre ese prodigio para saber si es hombre o ciudadano, o como se arregla para ser al mismo tiempo lo uno y lo otro.

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La bitácora del psicólogo by
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